Le Chauffaud-Chex le Brandt

Amaneció un día precioso que nos cargó las pilas para empezar cuanto antes con el temilla. Dejaríamos el vehículo en Chauffaud y más tarde volveríamos a por él confiando en el autostop. Esparcimos todos los enseres en la puerta del colegio y poco a poco cada uno completamos nuestros puzzles en forma de trineos. El alboroto de los niños en el recreo enfundados en monos de esquí nos contagió para echar a andar a toda máquina, mientras algunos gritos salían de nuestras gargantas de pura emoción. Después de que diésemos una “vueltika” de lo más tonta, pusimos los sistemas de navegación en alerta. Pronto empezamos a darnos cuenta de que en los trineos profesionales no había que levantar la carga más de la cuenta o la simple huella de la pista les hacía volcar. El recorrido no defraudaba alternando preciosos valles salpicados de solitarios caseríos y espesos bosques de abetos. En Les Seignes paramos a coger agua y apareció una linda gabachita para atendernos que permaneció en las mentes de algunos varios días. La noche nos empezaba a atrapar y aunque no era muy tarde decidimos ponernos a buscar nuestra suite. Al final el balcón de la “chez de madera” se convirtió en la mejor cama de toda la travesía.

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